Poemas para Michael Jordan, Francisco Ide Wolleter, LUMA, 2014.
Los
saltos asociativos pueden parecer delirantes a veces, sin embargo, como escribe
Anne Carson en La belleza del marido (citando a Aristóteles): “la locura puede ponerse de moda”, sobre
todo, cuando es un recurso efectivo para el propósito del autor. El principio
de asociación (libre, obviamente), está ligado a la vanguardia, pero es
utilizado también como un recurso para recuperar ideas o conceptos de la
memoria. “En el esfuerzo que uno hace por hallar su camino entre los contenidos
de la memoria (insiste Aristóteles)”, insiste Carson, “es útil el principio de
asociación. / «pasar rápidamente de un punto al siguiente. / Por ejemplo de
leche a blanco / de blanco a aire, / de aire a húmedo»”, etcétera. Pero, ¿qué
pasa si los recuerdos que se buscan no son nuestros?, ¿si los recuerdos y sentimientos
de los que queremos hablar son de una persona que no es uno mismo, sino de
alguien de quien no podemos tener acceso personal?
Esta es la compleja labor que se propone Francisco
Ide Wolleter (Santiago, Chile, 1989), en su libro Poemas para Michael Jordan (LUMA, 2014): escarba en una memoria
ajena para hacer poesía que retrate la vida del héroe del baloncesto. El recurso
de asociación lleva a descubrir supuestos recuerdos que son tan posibles como
lógicos e íntimos. El resultado del texto conduce también a una característica
principal de la poesía: el extrañamiento del lenguaje, la desautomatización de
cualquier tipo de discurso, en este caso, el del deporte. En los poemas del
libro, la voz lírica identificada con Michael Jordan, confiesa, oculta y
juega con descripciones de su vida dentro y fuera de las canchas, hasta
realidades universales y a veces a reflexiones epifánicas efectivas.
Otro de los recursos literarios en
el libro es la aproximación espacial como un zoom a realidades congeladas ante
nuestra vista, la exposición microscópica y atómica de lo que pasamos por alto,
pero traídas a lo manifiesto mediante la asociación, que conduce al
enrarecimiento de los discursos con los que se juega:
la tersura porosa del balón
me hace pensar en la piel humana
nostalgia por el contacto
aunque el contacto sea siempre ilusorio:
lo cierto es que estamos formados de
átomos
hechos de vacío
y que los átomos se repelen entre sí
por eso no nos mezclamos con las cosas,
por eso cuando tocamos
realmente no tocamos nada
La
asociación está encadenada en forma de alegorías y símiles, donde entidades
externas (referencias deportivas y mediáticas) vuelven a las imágenes en
espectros digitales desaceleradas, como delays
de una grabación con una cámara televisiva: “cada movimiento mío implica /
volver el estadio una vía láctea […] salto ciego a clavar el balón en el aro /
y el tiempo se alarga, dramático”. Las figuras retóricas obedecen a
asociaciones libres, comparaciones que parecen fortuitas (“un campo de ranas
arrasado por una / aplanadora”), pero que en su orden acumulativo lleva al
poema a la construcción de imágenes de una flexibilidad atléticas, de un peso a
veces violento o en otras ligero como aire (“ese gigante negro sobre el pasto /
de la cancha de golf / no es otra cosa / que la sombra de un enano”). Imágenes en
un juego de campos semánticos que se cruzan, con objetivos que rivalizan como
equipos deportivos que luchan para que el balón, objeto significante, alcance su
objetivo de significado plural.
Las referencias temporales y
espaciales de distintas áreas se mueven ante los ojos y nutren los textos como el zapping televisivo, pero
van hilvanando un sentido que siempre vuelve a los pies y manos de Michael
Jordan, jugando un partido de baloncesto en la misma cancha que Dennis Rodman,
Kasparov, Rocky Balboa, Tom Hanks, Bob Dylan o Snoop Dog, de manera aleatoria.
Este Jordan juega con las imágenes como si fuera un niño, rompe todo y lo
vuelve a armar de distintas formas. Se disecciona, fantasea, manipula el tiempo
y el espacio, es un demiurgo ante lo privado (la familia, el amor, el sexo) y
lo público (la fama, las habilidades, el mundo). Repentina y constantemente en los
poemas del libro aparece la idea de la muerte, que explota como un balón en medio del
juego; el terror súbito de la extinción estalla en las manos del jugador. La
seriedad, el fin del juego, el fin de la infancia, un balón abandonado en una
cancha vacía. Sin embargo, vuelve: más que el juego, el mecanismo del juego (y
de la realidad), sus sutilezas y contrastes.
Este desdoblamiento permea todo el
libro, salvo, quizá, el indicio del poema 18, donde la voz lírica imagina a un
sujeto que revisa los vídeos de Jordan haciendo sus “famosas clavadas / que
desafían a la física”, pero la extrañeza (otra vez) viene en la conexión entre
Micheal Jordan y un posible observador y autor de su realidad, que es un simple
vaso de leche, conexión tangible y a la vez artificiosa.
A lo largo del libro
este desdoblamiento permanente permite reconciliar aspectos contradictorios y
complementarios: la “naturaleza” es la misma para el balón como para el hombre:
la técnica y el estilo tiene el mismo peso que el de los árboles, “un gato u
otro animal de signo géminis”, porque se semantiza y vuelve juego verbal cualquier orden animado e inanimado,
quieto, silencioso, obvio, sutil, racional o irracional. Todo se confronta y se
amalgama para ocupar lugar en los recuerdos de dos personas que no siendo, están
presente en cada verso (tanto Micheal Jordan como el autor): “dos simetrías
enfrentadas // la sinestesia de la avispa con un tigre / en su aparato
digestivo // es un préstamo, una especie de / desdoblamiento, / negociación y
plasticidad de la materia”.
Miguel Ángel Díaz
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